martes, 2 de diciembre de 2014

Leer en el retrete - Henry Miller

No, no es un elogio de la lectura en el lavabo. El inédito de Miller no es un libro sobre libros; de hecho, la mayoría de recomendaciones son sobre lecturas a evitar (y son bastantes). Tampoco se le ocurra, ni como lectura vivencial, llevarlo al baño. Pero si lo asaltan las ganas, imagínese a Henry Miller mirándolo mientras se dispone a ese ejercicio de multifunción orgánica e intelectiva. Cohíbase: haga lo uno, después lo otro, pero bien hechos ambos. Porque lo primero es tan vital como lo segundo.

Nunca lea en el retrete, pero piense en el libro que leyó ayer, en las preguntas fundamentales de la vida o en por qué cree en un dios o en ninguno; por último, no piense y actúe rápida y eficazmente como los hombres de acción. Sea un intrépido del wáter, no un burócrata del excusado. En todo caso, pregúntese por qué la ducha está en el mismo lugar. Ríase un poco.

Se trata de un ensayo caustico sobre cómo leer la vida, con una premisa elemental: concentración, delectación y buen humor. A la vez es una crítica contra la civilización contemporánea que nunca tiene tiempo, que procura la efectividad haciendo múltiples tareas, pero todas mal. Lo que para el escritor eran libros pretenciosos y vacíos, siguen siendo libros pretenciosos y vacíos, pero a los que se suman las redes sociales, teléfonos inteligentes y toda clase de tecnologías que mal empleadas se convierten en distractores para escapar de uno mismo.

«Los buenos escritores necesitan buenos lectores» y viceversa. Pero si el momento de evacuar es cuando se ejercitan los lectores, poco va a quedar de lo que ingrese, cuando el cuerpo pone toda su energía en el acto deyectivo. El escritor se pregunta por qué no se come en el baño o se practican escalas musicales durante el almuerzo. La respuesta es el sentido común, por supuesto.

Entonces ¿por qué leer en el retrete? Todos son variados y divertidos ejemplos sobre esa compulsión del hombre moderno de «ahorrar» el tiempo, pero acción por acción es existencia y la vida humana es el actuar del pensamiento. Miller dice sobre los mejores hombres, los despiertos: «Para ellos el problema del tiempo es sencillamente inexistente. Viven el momento y son conscientes de que cada momento es una eternidad, consideran libre todo el tiempo que tienen». 


lunes, 24 de noviembre de 2014

Toulouse-Lautrec

Habitual de los prostíbulos, gran bebedor de absenta, con su metro y medio de estatura se acostó con las mujeres más codiciadas de París, conoció a Picasso, Degas y Van Gogh; su carácter y talento le quedaban grandes, le desbordaban por todos los pliegues de su traje. 

La vida también lo desbordaba, y a los 37 años le quedó tan grande que se perdió como tantos otros en los excesos que lo llevarían a la muerte. No tuvo suerte en el amor, si en el sexo por dinero y las amantes. Su neurosis le haría una persona complicada, sumada a los trastornos mentales de la sífilis que contrajo en los más sórdidos burdeles de la ciudad luz.

El imaginario bohemio de París debe su origen a Lautrec y a otros artistas que enfocaron su pluma o pincel en los barrios bajos de latinos, negros y gitanos, ahí donde la vida efervecía de tormento, vigor y placer. Si bien se le enmarca en el postmodernismo, nunca se adhirió a corriente artística alguna. Henri de Toulouse-Lautrec fue él y su lujuria por la vida de 1864 a 1901 y seguirá siendo así más allá del calendario.

Autorretrato

Aristide Bruant en su cabaret


Bailarina sentada

Beso en la cama

Confetti

Diván japonés

El fotógrafo Sescau

Sueño en camisa

Caballero inglés en el Moulin Rouge

Inspección médica

Jane Avril

Jane Avril

La arlequina Cha-U-Kao en el Moulin Rouge

La Goule bailando

La Goulue llegando al Moulin Rouge

La Goulue

La lavandera

Mujer tatuada
La revue blanche

Dos amigas

Le Missionnaire

Marcel Lender bailando el bolero en Chilperic

Moulin Rouge

Mujer de cabello rojo agachada

Mujer poniéndose las medias

Mujeres bailando el vals en el Moulin Rouge

Reina la alegría

Retrato de Oscar Wilde

Retrato de Vincent Van Gogh

Salón en la calle del Moulin Rouge

Suzane Valadon

Un palco en el teatro

Yvette Guilbert

Yvette Guilbert

viernes, 14 de noviembre de 2014

Retratos de Man Ray en París

El surrealista y dadaísta estadounidense vivió en la Ciudad Luz de 1921 a 1940. Durante esos años de efervescencia artística realizó un extenso trabajo fotográfico. Desarrolló las técnicas de la rayografía y las solarizaciones, pero también se convirtió en experto retratista. 

Grandes como Luis Buñuel, Antonin Artaud, Salvador Dalí, Ezra Pund, Ernest Hemingway, Marcel Duchamp o Joan Miró, entre otros, pasaron por su cámara.

¿El resultado? Los retratos más formidables de estos personajes. Su cámara, literalmente, les robó el alma. 

"Fotografío lo que no deseo pintar, las cosas que tienen ya una existencia". 

André Breton, 1928

Antonin Artaud, 1926

Ezra Pound, 1923

Bronislava Nijinska, 1922

Benjamin Fondane, 1928

Jean Cocteau, 1925

Jean Cocteau, 1928

Lee Miller, 1929

Luis Buñuel, 1929

Pablo Picasso, 1921

Salvador Dalí, 1929

Marcel Duchamp, 1921

Madge Garland, 1927

William Seabrook & Lee Miller, 1930

Marcel Duchamp, 1917

Constantin Brancusi, 1921

Frédéric Mégret, 1927

Ernest Hemingway, 1923

Edward James, 1937

André Breton, 1924

Ady Fidelin, 1938

Bernard Deshoulieres, 1929

Genica Athanasiou, 1921

Georges Malkine, 1929

Helen Tamiris, 1930

Henry Crowder, 1930

Jacqueline Goddard, 1930

Denise Tual, 1935

Karin Van Leyden, 1929

Joan Miró, 1928

Jean-Michel Frank, 1917

Lilie Carlu, 1932

Nancy Cunard, 1925

Nusch Éluard, 1935

Nusch Éluard and Sonia Mossé, 1935

Marjorie Muir Worthington, 1930

Suzy Solidor, 1930

Philippe Soupault, 1923