Pescar merlín
en Cabo Blanco es el antiguo almizcle polar
prendido de
la barba del campeón como un reloj pulverizado,
es la
espada que sangra en la galaxia submarina el violento
temblor de
sus volcanes, y la abducción extraterrestre
del cándido
trofeo en la confusa arcada invisible de epitafio
victorioso
en la dorada convulsión crepuscular desvanecida.
En el club
las mestizas camareras sirven bourbon y ginebra
al lebrel
mediterráneo y a otros galgos del azar suscritos
esas indias
de bronce genuflexas relamidas en lenguas de
caricia
genital, ahúman de óxido sus muslos fragorosos en el
ámbar de
naufragios on the rocks resplandecidos, y los peces
ingrávidos
féretros de niño duermen en su sueño de alamansa.
Los minutos
relófagos sedientos arrojaron parásitos gigantes
a la
izquierda de las horas, fue la joya gaviota devorada
de ultramar,
laxa y digerida ruina de entrópica conquista
en capitulación
de asedio; merlines, velas, espadas
sumergidas
irredentas de temblores vengativos claman que
pescar
merlín en Cabo Blanco ya no es lo que era para nadie.
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Ernest Hemingway en Cabo Blanco, Perú (1956) |
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