Oso de Oro en el Festival de Cine
de Berlín 2012, retorno triunfal de dos directores en más de veinte años, dos
hermanos que suman casi dos siglos, nóveles actores presidiarios, y por si
fuera poco, Shakespeare. Paolo y Vittorio Taviani (Allonsanfán, Padre Padrone,
Kaos), octogenarios veteranos de decenas de película del cine italiano, vuelven
para demostrar que la edad no es sinónimo de nostalgia, que se puede vivir casi
cien años y asumir compromiso con los problemas de su tiempo. Su última cinta
no es evocadora, es más bien, revocadora de latentes y durísimos prejuicios.
“La libertad desenfrenada se
castiga con la desventura” decía el bardo inglés en La comedia de las
equivocaciones, la razón exige coherencia y mesura, pero la libertad es una
fuerza exótica que la traspasa. Las víctimas tienen nombres, aunque sus celdas tengan
números y sus camisas también. El alcaide de la prisión de máxima seguridad de
Rebibbia en Roma, y el director de una compañía de teatro proponen a los presos
la representación de Julio César, ninguno ha actuado antes pero no faltan
voluntarios para la audición, el confinamiento es un escape silencioso que
espera la oportunidad de gritar.
Mafiosos, traficantes de drogas,
asesinos, la mayoría purgando largas o perpetuas condenas, son seleccionados
para interpretar la tragedia del general romano, pero son novatos solo en la
ficción, antes han sido los protagonistas del hecho real que recrea la cinta.
Difícil hacer más delgada la línea entre documental y ficción: los mismos
actores, haciendo lo mismo en el mismo lugar, y siendo a la vez diferentes,
asumiendo sus personajes, pero conscientes de que también ellos son actores en
la trágica comedia social. La claridad del arte es dolorosa donde alumbra a la
enajenación de la violencia.
La estética no escapa a la
seducción teatral de la obra de Shakespeare, la alternancia entre el blanco y
negro y los instantes de color funcionan como el telón que en un parpadeo
cambia la escenografía, el humor, los tiempos. No hay más que elementales y
escasas posesiones en la cárcel, la economía de recursos cinematográficos es
una lección de elegancia, sobriedad y coherencia con la representación. Como lo
hiciera Bergman, los Taviani analizan la diferencia entre el arte del cine y el
teatro, borrando sus fronteras al punto en que resulta complicado decir cuando
los actores están declamando sus papeles o el guion. No hay otro escenario para
la ficción que la misma realidad.
Los ensayos son la trama misma de
la obra, que sin avisar se va desarrollando con una intensidad que excede los
límites de la prisión. No hay actores profesionales, todos son los mismos reos
que participaron de la exitosa puesta en escena que sustenta la película. Sobre
ellos no hay nada que se ponga en evidencia más que sus crímenes, es a través
de los personajes que encarnan que son expuestas sus tribulaciones. Finalmente,
es una doble representación donde César, Bruto, Casio y los demás son también
prisioneros de Roma, del honor, la libertad y sus ambiciones personales; el
mismo dolor y compromiso que asumen los actores; y de pronto los muertos están
vivos y los prisioneros libres en una mágica extrapolación del teatro
shakespeariano.
La fuerza emocional del filme
solo es comparable a su inteligencia, y es que la tragedia de Julio César tiene
como eje los mismos problemas políticos, psicológicos y morales de la
civilización desde aquellas 23 puñaladas del 44 a.C. la lucha por la libertad
opuesta a los medios para conseguirla, defenderla o restringirla, y sobre quien
tiene el poder de dispensarla. En este sentido la película es actual,
provocadora y artísticamente virtuosa, no solo al atacar las evidentes fallas
del sistema penitenciario que deshumaniza en vez de rehabilitar, sino en su
crítica sobre los límites del poder, el honor y el sacrificio. Más importante
aún, de la reivindicación de la libertad inherente al ser humano y del arte
como revelación de esa verdad. En palabras de Cosimo Rega, convicto que
interpreta a Casio “Desde que he conocido el arte mi celda se ha convertido en
una prisión”.
De aquí nace una interesante
objeción moral: el contacto con el arte a través de la obra ha despertado en
los reclusos consciencia de una prisión superior a las paredes de su celda
material. Sin embargo, no solo hay dolor en la frase de Rega, hay una
comprensión implícita de la libertad y una evidente rehabilitación que pone en
jaque la cadena perpetua que purga. César debe morir para que otros puedan ser
libres y su sacrificio involuntario encierra la paradoja sobre quien está por
encima de libertad para dispensarla o protegerla. Queda expuesta la gran
contradicción del Estado, pero lejos de las afiladas disquisiciones políticas y
morales, está la verdadera libertad que triunfa cuando el hombre rompe sus
propias cadenas.
Publicado en revista Godard!
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