viernes, 17 de octubre de 2014

César debe morir


Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín 2012, retorno triunfal de dos directores en más de veinte años, dos hermanos que suman casi dos siglos, nóveles actores presidiarios, y por si fuera poco, Shakespeare. Paolo y Vittorio Taviani (Allonsanfán, Padre Padrone, Kaos), octogenarios veteranos de decenas de película del cine italiano, vuelven para demostrar que la edad no es sinónimo de nostalgia, que se puede vivir casi cien años y asumir compromiso con los problemas de su tiempo. Su última cinta no es evocadora, es más bien, revocadora de latentes y durísimos prejuicios.

“La libertad desenfrenada se castiga con la desventura” decía el bardo inglés en La comedia de las equivocaciones, la razón exige coherencia y mesura, pero la libertad es una fuerza exótica que la traspasa. Las víctimas tienen nombres, aunque sus celdas tengan números y sus camisas también. El alcaide de la prisión de máxima seguridad de Rebibbia en Roma, y el director de una compañía de teatro proponen a los presos la representación de Julio César, ninguno ha actuado antes pero no faltan voluntarios para la audición, el confinamiento es un escape silencioso que espera la oportunidad de gritar.

Mafiosos, traficantes de drogas, asesinos, la mayoría purgando largas o perpetuas condenas, son seleccionados para interpretar la tragedia del general romano, pero son novatos solo en la ficción, antes han sido los protagonistas del hecho real que recrea la cinta. Difícil hacer más delgada la línea entre documental y ficción: los mismos actores, haciendo lo mismo en el mismo lugar, y siendo a la vez diferentes, asumiendo sus personajes, pero conscientes de que también ellos son actores en la trágica comedia social. La claridad del arte es dolorosa donde alumbra a la enajenación de la violencia.

La estética no escapa a la seducción teatral de la obra de Shakespeare, la alternancia entre el blanco y negro y los instantes de color funcionan como el telón que en un parpadeo cambia la escenografía, el humor, los tiempos. No hay más que elementales y escasas posesiones en la cárcel, la economía de recursos cinematográficos es una lección de elegancia, sobriedad y coherencia con la representación. Como lo hiciera Bergman, los Taviani analizan la diferencia entre el arte del cine y el teatro, borrando sus fronteras al punto en que resulta complicado decir cuando los actores están declamando sus papeles o el guion. No hay otro escenario para la ficción que la misma realidad.

Los ensayos son la trama misma de la obra, que sin avisar se va desarrollando con una intensidad que excede los límites de la prisión. No hay actores profesionales, todos son los mismos reos que participaron de la exitosa puesta en escena que sustenta la película. Sobre ellos no hay nada que se ponga en evidencia más que sus crímenes, es a través de los personajes que encarnan que son expuestas sus tribulaciones. Finalmente, es una doble representación donde César, Bruto, Casio y los demás son también prisioneros de Roma, del honor, la libertad y sus ambiciones personales; el mismo dolor y compromiso que asumen los actores; y de pronto los muertos están vivos y los prisioneros libres en una mágica extrapolación del teatro shakespeariano.

La fuerza emocional del filme solo es comparable a su inteligencia, y es que la tragedia de Julio César tiene como eje los mismos problemas políticos, psicológicos y morales de la civilización desde aquellas 23 puñaladas del 44 a.C. la lucha por la libertad opuesta a los medios para conseguirla, defenderla o restringirla, y sobre quien tiene el poder de dispensarla. En este sentido la película es actual, provocadora y artísticamente virtuosa, no solo al atacar las evidentes fallas del sistema penitenciario que deshumaniza en vez de rehabilitar, sino en su crítica sobre los límites del poder, el honor y el sacrificio. Más importante aún, de la reivindicación de la libertad inherente al ser humano y del arte como revelación de esa verdad. En palabras de Cosimo Rega, convicto que interpreta a Casio “Desde que he conocido el arte mi celda se ha convertido en una prisión”.

De aquí nace una interesante objeción moral: el contacto con el arte a través de la obra ha despertado en los reclusos consciencia de una prisión superior a las paredes de su celda material. Sin embargo, no solo hay dolor en la frase de Rega, hay una comprensión implícita de la libertad y una evidente rehabilitación que pone en jaque la cadena perpetua que purga. César debe morir para que otros puedan ser libres y su sacrificio involuntario encierra la paradoja sobre quien está por encima de libertad para dispensarla o protegerla. Queda expuesta la gran contradicción del Estado, pero lejos de las afiladas disquisiciones políticas y morales, está la verdadera libertad que triunfa cuando el hombre rompe sus propias cadenas.


Publicado en revista Godard!

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