lunes, 27 de octubre de 2014

Star Trek, Into Darkness


Esta no es una película para los incondicionales de Star Trek, quienes tenían por héroes a William Shatner y Leonard Nimoy explorando nuevos mundos allá por los ochenta, pueden celebrar que su clásica saga favorita quedará intocable en la historia. Es otro el Enterprise que dirige J.J. Abrams, una nueva nave con los mismos personajes pero diferentes, y el enorme mérito de sentirse originales a pesar de llevar nombres que llegaron más allá antes que ellos. Star Trek no revive, se transforma, y este acierto del director renueva la vigencia de un emblema de la ciencia ficción que estaba cayendo en el olvido. Abrams lo está logrando sin repetir la vieja fórmula pero con los mismos ingredientes. Suena difícil, lo es, y funciona.

La nueva saga que empezó con Star Trek – The Future Begins (2009), recoge la juventud de los personajes en una línea de tiempo paralela, el enlace con la historia principal no por simple es menos brillante, y se deshace de la etiqueta de “precuela” con facilidad. Into Darkness parte de un sólido guion, el de Wrath of Kahn (1982), con todas las licencias del caso, desligándose del remake pero rescatando a uno de los más temibles enemigos del capitán Kirk y compañía. Tanto en argumento y personajes, el dinamismo es la diferencia sustancial entre ambas sagas, si bien las películas de Abrams no dan descanso a los sentidos, tampoco abandonan el componente filosófico, moral y humano que es el núcleo de Star Trek.

Del argumento se puede decir que es por momentos predecible, pero jamás los personajes. Ante cada situación inesperada, la lógica del Primer Oficial Spock (Zachary Quinto) y la intuición del Capitán Kirk (Chris Pine) se enfrentan y combinan para dar con la decisión más inteligente. La tripulación también es vital en este juego, cada uno representa las diferentes áreas del gran cerebro que es el Enterprise, nadie es prescindible en el sistema de la razón. En contraposición, el villano Khan, encarna la autosuficiencia del superhombre y su limitación en cuanto a objetivos que le exceden, donde es necesaria la cooperación y los valores morales que la sustentan. La dirección, ritmo, efectos, música, y el primer nivel de las actuaciones completan esta película que se inscribe entre los clásicos del nuevo cine de ciencia ficción del siglo XXI.

En la escala Kardashev de avance tecnológico, el universo de Star Trek se ubica en el Tipo II, una civilización capaz de obtener energía de múltiples sistemas solares, y, aunque virtualmente inextinguible, aún sometida a lo impredecible de las decisiones humanas. Esta vez, la búsqueda de nuevos mundos se convierte en una excusa para probar que el hombre sigue siendo su propio némesis ahí donde la razón pierde el equilibrio entre la fría lógica y la moral.



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