martes, 14 de octubre de 2014

El evangelio según San Mateo – Pier Paolo Pasolini


La mejor adaptación sobre la vida del hombre más popular del universo conocido, en la opinión de quien escribe. El Jesús de Pasolini carece de afectación santurrona, le sobra más bien humanidad, vehemencia y demencia en su implacable doctrina del amor, a veces paradójica. Mateo es el más temprano y primer libro (80 d.C.) del Nuevo Testamento y comprende la vida del mesías cristiano desde su concepción hasta la dispersión de los apóstoles para predicar su palabra por el mundo.

La historia de Cristo, aún despojada de sus elementos fantásticos o siendo tomados como alegorías, no deja de ser sustantiva en términos literarios, políticos y sociales. Sí, hay milagros, pero la divinidad está lejos de ser lo más importante en esta versión, tampoco el rigor biográfico; lo central es la trascendencia del sacrificio, la divinidad real en el saber que las ideas son mayores que los hombres y nombres.

Se pensó en Jack kerouac o Allen Ginsberg, sin embargo el papel recayó en Enrique Irazoqui, un joven español estudiante de literatura. No tenía experiencia en la actuación, pero había escrito su tesis sobre Muchachos de la vida, novela de Pasolini sobre los eternos marginados. Comprensión profunda, admiración intelectual y paternalidad ideológica, todo estaba conjugado y fue determinante. Si Jesús era la voz del pueblo desamparado y el director de filiación marxista declarado, Irazoqui había caído del cielo para vestir la túnica del último profeta.

Los escenarios se sienten fidedignos, no hay pesebre, sino cuevas excavadas en laderas y la ausencia de color como símbolo de una existencia anodina y brutal; especialmente realista es la masacre de bebés perpetrada por Herodes. No hay cambios radicales en la historia pero tampoco concesiones, Cristo sigue siendo un revolucionario radical: promueve el amor y la misericordia a la vez que condena a sus enemigos al infierno, y exalta las virtudes de la pobreza mientras hace virtualmente imposible la redención de los adinerados. Es hijo de dios, pero en su visión polarizada del bien y el mal sigue siendo falible, humano.

La elección del protagónico confirma ser fundamental. Hay convicción para transmitir las ideas del director; también suavidad, temple, determinación y pureza en los rasgos, en los ojos. Más allá del probable fenotipo real, el rostro de Irazoqui podría ser la representación simbólica de las virtudes de Jesús en el imaginario colectivo de la humanidad. Imposible dejar de lado al siempre polémico Judas, que en esta versión vende al mesías acusándolo de traicionar sus propios ideales. En una secuencia de poder excepcional Jesús recita su evangelio directamente hacia el espectador y en otro momento de tribulación dice “No creáis que he venido a traer paz a esta tierra”.


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