La mejor adaptación sobre la vida
del hombre más popular del universo conocido, en la opinión de quien escribe.
El Jesús de Pasolini carece de afectación santurrona, le sobra más bien
humanidad, vehemencia y demencia en su implacable doctrina del amor, a veces
paradójica. Mateo es el más temprano y primer libro (80 d.C.) del Nuevo Testamento y comprende la vida del mesías cristiano desde su concepción hasta
la dispersión de los apóstoles para predicar su palabra por el mundo.
La historia de Cristo, aún
despojada de sus elementos fantásticos o siendo tomados como alegorías, no deja
de ser sustantiva en términos literarios, políticos y sociales. Sí, hay
milagros, pero la divinidad está lejos de ser lo más importante en esta
versión, tampoco el rigor biográfico; lo central es la trascendencia del
sacrificio, la divinidad real en el saber que las ideas son mayores que los
hombres y nombres.
Se pensó en Jack kerouac o Allen
Ginsberg, sin embargo el papel recayó en Enrique Irazoqui, un joven español
estudiante de literatura. No tenía experiencia en la actuación, pero había
escrito su tesis sobre Muchachos de la
vida, novela de Pasolini sobre los eternos marginados. Comprensión
profunda, admiración intelectual y paternalidad ideológica, todo estaba
conjugado y fue determinante. Si Jesús era la voz del pueblo desamparado y el
director de filiación marxista declarado, Irazoqui había caído del cielo para
vestir la túnica del último profeta.
Los escenarios se sienten
fidedignos, no hay pesebre, sino cuevas excavadas en laderas y la ausencia de
color como símbolo de una existencia anodina y brutal; especialmente realista
es la masacre de bebés perpetrada por Herodes. No hay cambios radicales en la
historia pero tampoco concesiones, Cristo sigue siendo un revolucionario
radical: promueve el amor y la misericordia a la vez que condena a sus enemigos
al infierno, y exalta las virtudes de la pobreza mientras hace virtualmente
imposible la redención de los adinerados. Es hijo de dios, pero en su visión
polarizada del bien y el mal sigue siendo falible, humano.
La elección del protagónico confirma
ser fundamental. Hay convicción para transmitir las ideas del director; también
suavidad, temple, determinación y pureza en los rasgos, en los ojos. Más allá
del probable fenotipo real, el rostro de Irazoqui podría ser la representación
simbólica de las virtudes de Jesús en el imaginario colectivo de la humanidad.
Imposible dejar de lado al siempre polémico Judas, que en esta versión vende al
mesías acusándolo de traicionar sus propios ideales. En una secuencia de poder
excepcional Jesús recita su evangelio directamente hacia el espectador y en
otro momento de tribulación dice “No creáis que he venido a traer paz a esta
tierra”.
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