“Para qué crear un obra de arte, si soñar con ella es mucho más hermoso”, las historias del Decameron parecen decir lo mismo sobre la vida. Soñar cosas extraordinarias puede ser más bello que esperar que pasen y cuando suceden puede que no colmen las expectativas, como puede que las superen. En cualquier caso, el Decameron (1971) de Pasolini adapta las historias de la obra homónima de Boccaccio, en la que se encuentran representados diversos aspectos del acontecer humano: la suerte, la ironía, el sexo, la muerte, el arte y el absurdo que beneficia o trae desgracias no obstante la calidad moral de las personas.
Esta sería la primera película de
la “Trilogía de la vida”, que completan Los cuentos de Canterbury (1972) y Las
mil y una noches (1974), clásicos de la literatura que resumen con honestidad y
sin reparos todos los aspectos y temas fundamentales de la naturaleza del
hombre. Usando actores no profesionales y locaciones reales en la antigua
Italia, la gente de a pie del siglo XIV regresa con todas sus expresiones desmesuradamente
grotescas o ingenuas, y con sus amores y malicias que son las mismas de
siempre, solo que exacerbadas por la cotidaneidad de la ignorancia en el
oscurantismo.
Sin embargo, en aquel libertinaje
popular opuesto al rigor de la intolerancia medieval hay una autenticidad que
asusta, deslumbra y se transforma en comedia cuando reflejados en aquellos
campesinos bonachones y embusteros pueden observarse a los ciudadanos de las
grandes metrópolis de hoy.
De los cien relatos que componen
el Decameron, el director escoge los que de forma breve y en conjunto presentan
el espectro más amplio de la vida humana, a saber: historia de Andreuccio de Perugia, del Discipulo de Gioto, Lisabetta de
Messina, entre otros. El propio Pasolini interpreta al pintor y pronuncia la
cita párrafos arriba. Quizá con algo de suspicacia y porque en el cine los
grandes directores dejan poco al azar, es posible inferir que hubo un sentido
en la elección de ese papel, si suponemos que él pinta con la cámara los
cuentos de Boccaccio.
El
Decameron es una celebración de la vida a través de sus aspectos más crudos y
fecundos pero siempre honestos: lujuria, malicia, humor e inocencia; donde también
se discuten el amor, la muerte, el significado de la vida y el aburrimiento, al
que ciertamente esta película despacha de un picaresco puntapié y en cualquier
momento que siempre viene bien, la risa.
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