Eterno retorno, una sensación de fértil desamparo embarga al
espectador. Acaba de ver una película incómoda como un abrazo materno de
ultratumba, familiar y lejano pero desde lo profundo del ser. Loong Boonmee
raleuk chat (2010), escapa a los criterios técnicos de clasificación: no es un
documental, es lo más certero que se puede decir, más allá de eso es una visión
sobre la condición humana. Cercana al realismo mágico en la forma, y de fondo
mitológica, social, metafísica, política y además sobre el eterno debate del
hombre entre la muerte y la transformación. Esto sería suficiente para obtener
la Palma de Oro en Cannes que ganó el año de su estreno, pero hay más.
El soberbio despliegue de arte, quietud y movimiento se
asemeja al escenario previo de la muerte, que no es una agonía convulsa, sino
un tránsito de epifanías hacia el retorno del no ser. El tío Boonme está
muriendo y con él cambia todo aquello de lo que es parte, la ilusión que es el
mundo humano se va desmoronando: el dualismo entre el bien y el mal, las
barreras físicas de idioma, nacionalidad u opción política, todo parece
insignificante ante el llamado de algo primigenio que reduce los laberintos de
la existencia hacia las verdades elementales. Todo en el marco simbólico de la
mitología tailandesa, en la que no es necesario ser entendido, porque toda
mitología es hermana de origen.
La modernidad está construida sobre los mundos del pasado, y
todas las cosas se deben a sus formas anteriores, el hombre no es la excepción.
De esta manera el tío Boonme va recordando lo que fue en vidas pasadas, bien
como reencarnación, delirio antes de la muerte en base a su imaginario
psico-geográfico, o como la serie de eventos biológicos que llevaron a él, y a
la que regresa consciente de ser parte del ciclo de renovación de la vida. De
esto hablan los símbolos, pero también los personajes con perpleja naturalidad,
y es que de alguna manera recuerdan lo que ya sabían con certeza, más aún en el
ambiente rural de Tailandia, que es inevitable evocador de los sentidos y
verdades primigenias.
La carencia de narrativa lineal y banda sonora sirve a la
evocación terrenal y mística de la película. La música son los grillos y el
crepitar de las bombillas en la noche; como la realidad es continua solo hasta
donde alcanzan los sentidos. La estructura poética además regala bellas y
elegantes escenas como la de aquel pez gato haciéndole el amor a una princesa
desfigurada en el arroyo. Finalmente, las vidas pasadas de Boonme, sus sueños y
lo real, se confunden al descubrir que son el único lenguaje para expresar la
condición humana y la transformación, como lo hiciera 2001: odisea en el
espacio, o El Árbol de la Vida, pero desde la percepción oriental. “Es como un
vientre, aquí nací, no sé si como hombre, mujer o animal”, murmura Boonme en su
lecho de muerte, quizá mientras recuerda a su esposa fantasma decir “El cielo
está sobrevalorado, no hay nada ahí”.
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